Desventuras del señor Temporal #11

La conocí aquel otoño paseando por un relato breve de Chejov. Estaba sentada en un pequeño párrafo de apenas tres líneas. Me enamoré de ella enseguida y nos fuimos a vivir a un poema melancólico que yo tenía en alquiler, cuatro versos octosílabos sin ascensor.
Pasamos años felices, amándonos cada noche en un lecho de interjecciones y gemidos, de admiraciones y sexo oral.
Con el paso del tiempo verbal se nos fueron gastando los adjetivos y una fría mañana de silencio gris me dijo que me abandonaba; que había conocido en una revista de sociedad a un nombre propio, director de una fábrica de artículos indeterminados; y se fue.
Desde aquel día mi mundo se ha visto reducido a un triste y solitario punto final.

Personatge (poema-objeto)

Personatge (poema-objeto), Joan Brossa, 1988

Presagio de la tormenta

En esas tardes de verano, cuando se cierne sobre el mar la tormenta como si fuese un oscuro presagio, te imagino erguida en la orilla, con la mirada firme y serena, detenida más allá del horizonte, y la melena ondeando alborotada como una bandera en combate.

En esas tardes de verano, justo antes de estallar la tormenta, mi destino es tu voluntad.

Venice Beach Rock Festival, Dennis Stock, Magnum Photos, 1968

Venice Beach Rock Festival, Dennis Stock, Magnum Photos, 1968

Desventuras del señor Temporal #10

Caminaba exhausto el señor Temporal bajo un sol que abrasaba su piel y la arena del desierto cuando tropezó con el Genio de la lámpara de marras.

-Oh! Dichoso extranjero que vagas por tan inhóspitas tierras, deja que sea tu siervo y pídeme lo que desees, pues nada habrá más grato para mí que complacerte.

El señor Temporal posó su mano con familiaridad en el hombro del gracioso Genio -algo que sorprendió un tanto a éste, ya que nadie se había tomado tal confianza hasta el momento- y dijo con voz pausada

-Silencio, por favor.

temporal bone

Retiro en los cuarteles de invierno

Cae la lluvia como una cortina de diamantes para regar mi corazón sediento y mi alma negra trepa por sus abalorios plateados para conquistar las cenizas del cielo, erigir una atalaya en las nubes de cemento y desde allí contemplar en silencio esta tierra que se ahoga

Plano de la balsa de la Medusa, 1816

Plano de la balsa de la Medusa, 1816

Postal de primavera (haiku)

Esta mañana la perspectiva estaba cubierta por la niebla y uno, que es perezoso, simpatizaba con esa visión evanescente, con la armonía entre el paisaje difuso y el ánimo todavía velado de las horas tempranas. Las figuras de manzanos y cerezos, que después de la poda invernal parecían solamente esqueletos, mostraban las primeras flores y se recortaban sobre la atmósfera lechosa como en una estampa de Xu Wei. Al fondo, la ría, como la Venecia nebulosa de Turner.

Avanza el día,
el alma se despeja.
La niebla también.

Xu Wei, 1521-1593

Xu Wei, 1521-1593

Venecia: La Salute y la Aduana, Joseph Mallord Willian Turner, 1839

Desventuras del señor Temporal #8

Era el señor Temporal, en aquellos días, custodio del fuego sagrado. Dormía profundamente, tendido a los pies de la diosa dorada, con aliento cargado de vino y de arpas.

En sus sueños oscuros la Aurora
contemplaba perezosa el templo
del que sólo quedaban cenizas.

Escatología

Algunas personas asisten a los funerales con gesto de asombro, como si el muerto fuese otro.

Untitled (Perfect Lovers), Félix González-Torres, 1991

Desventuras del señor Temporal #6

Todavía de madrugada, tras un sueño premonitorio, el señor Temporal preparaba, frenético, la maqueta de un nuevo mundo. Durante un breve instante de flaqueza contempló la ciudad desde su ventana sin poder reprimir un bostezo.

Al punto, iluminado, exclamó -¡Eureka! ¡Más café!

Crónica (soneto para el fin del mundo)

Éranse las calles engalanadas,
éranse multitudes expectantes,
tomadas las medidas pertinentes
y las fuerzas de orden ordenadas.

Grandes autoridades convocadas,
cardenales, ministros, comerciantes,
pensadores, artistas y elegantes
notarios anotando campanadas.

A algunos les entraba un sueño eterno.
¡Toda la vida esperando este día!
¿Si finalmente me espera el infierno?

¿Pasará Su Graciosa Señoría?
El Tiempo que, después del largo invierno,
pasando, anunció que volvería.

Ensayo para un estudio geométrico del pensamiento (preludio otoñal)

El movimiento que organiza la cosmovisión platónica es doble, e inverso al que se pudiera concebir desde una perspectiva materialista, contraviniendo radicalmente las directrices gravitatorias. Es, contrariamente a lo habitual, un movimiento de caída y elevación, como corresponde al centro de gravedad que propone, situado en una esfera supraceleste. El ser parte de una posición ideal, pura, y su primer paso, por tanto, habrá de suponer su caída, su cautiverio en un cuerpo impuro y corrupto, para emprender, con el tiempo y a través de la ascesis, un camino de elevación hasta alcanzar de nuevo la pureza y la virtud. Este esquema fundamental de movimiento, en forma de U, es adoptado por el ideario católico y representa, todavía hoy, un modelo utópico que pesa demasiado en nuestra cultura. Cualquier mecánica o desarrollo vital parece contradecir este esquema: el curso biológico de un árbol, de la semilla a la carcoma, la trayectoria de un proyectil o la existencia del ser humano son, de alguna manera, senderos de corrupción.

Manneken Pis, Jerome Duquesnoy, 1619

Desventuras del señor Temporal #5

Era lunes. El señor Temporal corría como un loco por toda la casa tratando de escapar de sí mismo. Se escondió en un armario creyéndose a salvo, cuando, de repente, descubrió con horror que aquél era un armario de lunas.

Duck Soup, Leo McCarey, 1933

Desventuras del señor Temporal #4

Actuando el señor Temporal como forense en la ejecución, se acercó al ahorcado todavía pendular, observó detenidamente el vaivén y anotó en su cuaderno: En un primer examen superficial advertimos dos posibles causas de defunción: la ley de la gravedad y la gravedad de la ley, la ley de la gravedad y la gravedad de la ley, la ley de la gravedad y la gravedad de la ley…

 

Jeder für sich und Gott gegen alle, Werner Herzog, 1974 (fragmento)

La atracción del abismo

Habría podido ser durante aquellos días ociosos del final de la primavera o principios del verano, cuando de niños nos abandonábamos a juegos improvisados y clandestinos, muy distintos de los juegos normativos que custodiaba la memoria de la tribu, a los que ya habían jugado nuestros padres y que nos habían enseñado los abuelos. Esos otros juegos, fuera de la tradición, no tenían normas previas, eran espontáneos y sus reglas se desarrollaban a medida que se desarrollaba el juego siempre abierto; podían ser solitarios, entonces sus fundamentos se iban estableciendo como pautas de relación con el mundo y con uno mismo, a través de elementos reales o imaginarios como el área de juego, los instrumentos disponibles, las acciones relevantes, los límites temporales o los patrones rítmicos; podían ser también compartidos y así, a todos estos elementos, habría de sumarse la relación con los otros y la necesidad de un consenso mínimo entre los participantes para mantener el juego en curso y que no terminase en juego revuelto.

Así pues, uno de aquellos ociosos días, el juego comenzó con un espejo rectangular, del tamaño de una bandeja de desayuno, llevado como si fuese precisamente eso, una bandeja de desayuno, boca arriba, en posición horizontal , asido por cada uno de los lados menores del marco y apoyando levemente en el vientre uno de los lados mayores. De esta manera me disponía a recorrer la casa, andando cabizbajo, no por abatimiento o preocupación sino para mirar el suelo a través del espejo. A causa de la lógica especular, la topografía de las estancias aparecía invertida y mis pies, aunque tropezasen con todos los muebles posibles, sorteaban hábilmente lámparas y dinteles mientras recorrían de un lado a otro la superficie del falso techo. Aquel inocente juego había puesto la casa patas arriba. Uno de los trayectos, que se producían sin orden establecido, me llevó a la puerta principal; bastaría con superar su dintel para continuar el viaje de conquista por aquel mundo invertido, como un nuevo Barón Rampante. Por desgracia, este último obstáculo resultaría insalvable. Cuando el espejo atravesó el umbral se presentó de repente el abismo, un abismo azul celeste de una profundidad infinita, y pude contemplar la inmensidad bajo mis pies. Asomarse al acantilado sin un mar de fondo, sin la perspectiva de un horizonte, suponía el final del juego; dar un paso más suponía saltar al vacío, al más extenso de los vacíos, y dominado por un vértigo insoportable hube de sucumbir.

Pero éramos niños , no estábamos sujetos a la tiranía del significado y seguimos jugando, de manera que este episodio no fue desvelado hasta muchos años más tarde, cuando empezamos a sospechar que la juventud habría de escaparse algún día, cuando comprendimos la angustia y el miedo a desmoronarse, cuando nuestros fundamentos fueron amenazados violentamente y creímos tener la certeza de que bajo los falsos cimientos sólo existía el abismo y ya no era azul celeste, cuando nos fue planteado el dilema sobre el que gravita cualquier pretensión de saber: toda profundización es hundimiento, toda huida es naufragio.

Quizá por eso seguimos andando cabizbajos, no por abatimiento o preocupación sino por mirar el suelo a través del espejo, porque  no somos capaces ya de resistir la atracción del abismo.

The Truman Show, Peter Weir, 1998

Alter ego

Ese paradójico anhelo de querer ser otro siendo uno mismo.

La reproduction interdite (portrait d’Edward James), René Magritte, 1937

Elogio de la Parsimonia (decálogo para la última revolución)

I. No tendrás prisa, por mucho que corras nunca podrás alcanzar la velocidad de la luz.

II. No desesperarás, el futuro solamente es un tiempo verbal.

III. No perseguirás ideales más allá de aquellos que puedas tocar con tus manos.

IV. Profundizarás hasta lo más oscuro del abismo y te hundirás.

V. Trazarás planes de huida y en tus mapas habrás de considerar el lugar del naufragio.

VI. Buscarás el punto de equilibrio aun sabiendo que semejante punto no existe más que como tránsito.

VII. Permanecerás anclado en medio de la tempestad y, furioso, enviarás tus naves a la mar en calma.

VIII. Creerás la verdad de los hechos únicamente por la belleza de sus engaños.

IX. Amarás y desearás alguna vez no haber amado, renunciarás al deseo y lamentarás no haber amado. Aun así, amarás.

X. Pecarás contra cualquier ley o decálogo y te abandonarás al narcótico aroma de la flor de la Parsimonia.

La mort de Marat, Jacques-Louis David, 1793

Cosas delicadas

¡La pesadez de tener que prestar atención a uno mismo! Lamentábase el Punto de Vista.

Les Perspecteurs, Abraham Bosse, 1648

Individualismo y soledad

Puede parecer a primera vista que la diferencia entre individualismo y soledad es una cuestión de matices únicamente y que de esta forma queda zanjado el asunto sin que merezca la pena entrar en detalles. Pero, cuidado con los matices y los detalles porque a veces son los que nos dan la clave. Si habremos de hacer caso a la biología genética, y no parece el momento de poner en duda su autoridad, la diferencia entre un consejero delegado de banca y un ejemplar de mosca de la fruta (drosophila melanogaster) es una cuestión de matices o detalles, y no por ser esto evidente queda agotado el problema.

Avancemos entonces. Individualista y Solitario parecen caer bajo la especie común de aquellos que, en mayor o menor grado, se distinguen voluntariamente del resto de mortales que llamamos sociedad, sea esto lo que sea. Pero, mientras el Solitario puede ser pensado sin esfuerzo en términos de marginalidad, el individualista goza del éxito social suficiente como para llegar a constituir un modelo ampliamente aceptado, encarnando valores convencionalmente positivos como acción, brillo, arrogancia, seguridad en si mismo, relevancia y protagonismo, cierta inconsciencia que permita el atrevimiento y la audacia, y el resto que hubiera que añadir si pretendiésemos ser sistemáticos; todos ellos, valores que han de ser representados, puestos en escena (siendo tal necesidad, quizá, prueba de carencias mal disimuladas) para que se cumpla la condición fundamental de esa ficción que supone el éxito. El éxito necesita de cortesanos y a tal corte debe su reino. El Solitario, en cambio, es una figura más escurridiza, más difícil de apresar, que vive agazapada, oculta en su madriguera, acaso porque es consciente de sus debilidades, porque conoce los límites del lenguaje y sabe que cualquier cosa que diga o haga públicamente habrá de ser usada en su contra y eso lo hace huraño y desconfiado, además reniega del éxito pues, más que nadie, se dedica a contemplar la vanidad de las cosas. Está enfermo de consciencia y melancolía, llegando esa enfermedad a tal punto que afirmará que todo esto no es más que un juego de figuras donde los papeles se reparten al azar, un azar pertinaz y cruel.

Diremos, para acabar con un matiz más, que no se debe confundir esta figura con la del Perdedor, que pudiera ser una sublimación literaria de ambos tipos, oscilando entre ambos polos (y que goza últimamente de un gran favor del público, al menos cuando se trata de un personaje que es otro. Fuera de las pantallas a todo el mundo le cuesta sufrir). Podríamos, a modo de ilustración, decir que el Julien Sorel de Stendhal y el Raskolnikov de Dostoyevski cabrían en la categoría de perdedores, siendo más próximo al individualismo el primero y a la soledad el segundo; sin embargo, Alejandro y Diógenes, individualista y solitario, y aquí, como hasta ahora, estamos simplificando, difícilmente podrían ser juzgados como perdedores claros a tenor del famoso diálogo. Los matices y los detalles serán, quizá, los que nos den la clave.

Drosophila melanogaster

Hidráulica

En el río donde aprendimos a nadar aprendimos también a hundirnos. Por un momento fuimos ahogados. Inmersos en los gritos turbios de las aguas claras comprendimos el valor de lo atmosférico y luchamos perturbados por volver a tener su aliento, hasta llegar a ser maestros del ingenuo y solemne arte de flotar haciendo el muerto, bajo la bóveda encarnada de nuestros párpados celestes.

A orillas del Rhein

Hay metáforas modestas, pequeñas, que no pretenden abarcar más que una mínima parte de la realidad y metáforas enormes, universales, de una complejidad orgánica, tan completas que parecen inagotables. Una de estas metáforas fundamentales es la que emparenta el río y la vida. Podría decirse que el curso del río y el curso de la vida son la misma cosa o que los ríos existen únicamente como representación del movimiento, del devenir del ser, y que, cuando nos asomamos a contemplar desde el puente, es la propia alma la que vemos fluyendo bajo nuestros pies, a veces furiosa, a veces mansa, turbia, clara… Nuestro reflejo en la superficie aparece distorsionado por la corriente como nuestra identidad mudable con el tiempo y esto nos confunde como a Heráclito, en el mismo río entramos y no entramos pues somos y no somos [los mismos]. Si levantamos la mirada presentimos, más allá del horizonte, la desembocadura y admitimos serenamente, como Jorge Manrique, que nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir.

Building the Bridge at Cologne, Joseph Pennell, 1914

Para M, definitivamente ausente.

La sombra de la higuera

Quienes nos preocupamos de estas cuestiones, digamos en general, las cuestiones del arte o la cultura, más allá de inercias profesionales, las que mueven al artista, al filósofo, al marchante, al editor, al crítico o al funcionario del Ministerio de Cultura (añádanse las categorías que se quieran) pero también dentro de estas inercias, mostramos la pretensión de que este es un ámbito de prestigio. Todavía persiste la creencia, extendida con el auge de la burguesía, de que es necesario cultivarse (incluso culturizarse), al menos durante aquellos intervalos que nos permite la jornada laboral, el llamado tiempo de ocio (que como tal se contrapone al tiempo del negocio y así el término cultura se toma en un sentido restringido, el sentido que tiene, por ejemplo, como encabezamiento de la sección de un diario para separar cultura de economía, deportes, política, etc., para separarlo, en fin, de ese otro sentido amplio en que lo manejaría, pongamos por caso, un antropólogo cultural. Alguien dijo alguna vez que la silla eléctrica también es cultura, evidentemente), de tal forma que nos parece una pérdida de tiempo malgastar el fin de semana en no hacer nada, en perder el tiempo precisamente, esa actividad donde el ser humano ha demostrado el más alto grado de excelencia, la única actividad merecedora de alabanza, la de máximo virtuosismo, pero que, no logra entenderse, no está debidamente valorada en nuestra sociedad hiperactiva. Nos sentimos obligados, para evitar el tremendo cargo de conciencia, a visitar en tiempo de holganza un Museo de Arte Contemporáneo, una Catedral Gótica o a ver una Película Iraní en Versión Original Subtitulada; todo esto, claro está, con un sincero interés, con un gesto de gravedad en la expresión o con la sonrisa indefinida del doctor Cottard en la novela de Proust, nunca con esa liberación de espíritu que supone ir al fútbol o echarse una siesta a la sombra de una higuera (que también es cultura).

Proponemos desde aquí, con modesto ánimo totalizador y para contribuir a una necesaria visión integral de la cultura, aunar intereses y probar la placentera y liberadora experiencia de echarse una siesta en un museo de arte contemporáneo, en una catedral gótica o en un cine de versión original, aunque reconociendo, como es sabido, pues milenios de tradición cultural lo avalan, que nada mejor que la sombra de la higuera.

Cosas delicadas

Ante alguien, incluso uno mismo, con cierta idea de cómo es el mundo conviene estar precavidos. Si llega al punto de proclamar cómo debe ser el mundo, huyamos sin más dilación.

Mapa Mundi de Beato de Liébana en un manuscrito del s. XI

Cosas delicadas

De la película de José Luis Guerín En construcción (2001), de uno de sus personajes, tomamos prestada la expresión «cosas delicadas» que nos parece, como el resto del discurso, todo un manifiesto vital y que usaremos como epígrafe en alguna de las entradas. Honores para este inmortal personaje Real.

Cosas delicadas

La estrategia de algunas singulares y pertinaces hojas de otoño en su lucha contra el viento es oponer la mínima resistencia.

Desventuras del señor Temporal #1

El señor Temporal había sido funcionario al servicio del Registro Civil, quedando muy pronto demostrada su incompetencia a juicio de las autoridades administrativas, que no tardarían en despedirle por negarse a tomar los datos de los sujetos administrados. Ante esta acusación el señor Temporal alegaba en su descargo que: 1º, nunca había sido amigo de lo ajeno y 2º, la catadura de los susodichos administrados habría de establecerse más bien por aquello que callaban.

Novela de aprendizaje

En aquellos días de verano, cuando remitían los últimos calores de la tarde, amparados por los abedules que rodeaban el lago, los muchachos se abandonaban a la práctica del epostracismo.

Crónica

Siempre expuestos a las inclemencias del tiempo seguimos llevando paraguas y reloj.

Safety Last!, Harold Lloyd, 1923

Diatriba #1. Contra el escritor sistemático.

El escritor sistemático necesita releerse de forma obsesiva, rememorarse en cada palabra, luchar contra el olvido, extirpar de sí la contradicción, gangrena de su sistema. Así, en este proceso, el principio generador del pensamiento, el azar, se corrompe en una metamorfosis áurea y aparece la pretensión vana de perseguir un ideal. Como un funcionario de orden público, el escritor sistemático intentará reducir el azar con las armas de la estadística y asegurar la próxima jugada como si el fin del juego fuese la victoria, la conquista de la verdad, sin advertir que ese pensamiento sistemático no es más que la ocurrencia llevada a la extenuación.

Para E. M. Cioran, in memoriam